Personalidad autoritaria y prejuicios: una advertencia

“Personalidad autoritaria y prejuicios: una advertencia”
por Gina Zabludovsky
publicado originalmente en Periódico Uno más Uno
México, domingo 31 de marzo, 1991.

El encabezado del presente artículo alude al título de una investigación (La personalidad autoritaria) llevada a cabo por Teodoro Adorno y Max Horkheimer en la segunda posguerra y cuyos pensamientos resultan, hoy día, extraordinariamente vigentes.
Para no caer en confusiones, conviene aclarar que el interés de los autores no era el estudio de los líderes autoritarios sino el de aquellas características que en un momento dado pueden ser compartidas por amplios sectores de la población y que los llevan, de forma irreflexiva, a apoyarlos. Sorprendidos y desilusionados por el nazismo alemán del cual habían tenido que huir, Adorno y Horkheimer se preocupan en su exilio en Nueva York por comprender no tano las singularidades de la personalidad de un Hitler, sino las actitudes y sentimientos presentes en aquellos que lo eligieron y respaldaron. En este sentido, su estudio puede considerarse como “cultura política”.
Las conclusiones y el alcance de la investigación no se limitan a Alemania nazi, sino que se hacen extensivos a un sinnúmero de casos en donde pueden darse situaciones parecidas, cuando los prejuicios compartidos por diferentes grupos los llevan a ceder a la propaganda totalitaria.
Ahora bien, para que usted juzgue sobre su vigencia, a continuación transcribo textualmente algunos rasgos de lo que los autores consideran como “personalidad totalitaria”.
―Acepta rígidamente los valores convencionales a expensas de toda decisión moral autónoma (los judíos son “agresivos”, lo cual es para él una justificación suficiente de la adopción de las medidas más violentas).
―Piensa en términos de blanco y negro. Blanco es el grupo-nosotros; negro es el grupo-ellos. Se rechaza con violencia todo lo diferente.
―Se opone violentamente el examen de sí mismo. Nunca inquiere en motivos personales; en cambio siempre acusa a los otros, o a las circunstancias externas, físicas o “naturales” y no a sus propios errores.
―Piensa en términos fijos, estereotípicos: los irlandeses son indolentes y propensos a la ira; los judíos, astutos y tramposos, etcétera. Los individuos no son para él más que especímenes de cada género.

―Insiste en las características inmutables (por ejemplo, la “raza”, el vínculo de sangre) frente a los determinantes sociales.
―Su violenta hostilidad frente a los adversarios políticos demuestra que tiene grandes afinidades con el despotismo.
―Su propio sistema de valores revela un poderoso afán de poder, pero siempre acusa a los otros grupos de aspirar al poder, organizar complots, etcétera. Es una muestra de su actitud “proyectiva” general.
Una vez señaladas estas características y retomando el tema para nuestro medio, resulta especialmente preocupante que éstas se hayan manifestado dentro de los argumentos de algunos comentarios de la prensa nacional ante la guerra del Golfo Pérsico.
La descalificación personal, la hostilidad freten al que no opinaba como uno, considerar a los individuos que expresaban su punto de vista como especímenes de un género y no en función de sus propias ideas, fueron, desafortunadamente, nuestro pan cotidiano.
Algunos comentaristas llegaron también a manifestar fuertes prejuicios antisemitas que, en la peor tradición racista, los llevaron a hablar de una nueva conspiración mundial hasta el grado de llegar a explicar la guerra por los ¡¡¡”supuestos” orígenes judíos de Bush!!!
Desde luego que lo que parece ser un renacimiento de las personalidades autoritarias no es un “privilegio” único de nuestro medio. La profanación de tumbas judías en Europa, el resurgimiento de grupos extremistas de neonazis en Alemania y de organizaciones como el Pamiat en Rusia, así lo muestran.
Por otra parte, también es cierto que los rasgos y prejuicios autoritarios no siempre tienen como chivo expiatorio a los judíos.
Como lo mencionó oportunamente Carlos Monsiváis, en México ha sido mucho más común encontrarnos con actitudes discriminatorias hacia la población indígena, a la cual, se la ha llegado a “acusar” del atraso del país, y de otros “males nacionales”.
Asimismo, desde hace muchos años, en ciertos países europeos se tiende a culpar a la inmigración árabe de todo lo negativo, como lo muestran, por ejemplo, los grupos franceses que apoyan a J.M. Le Pen, y que, esperemos no se vean fortalecidos por un “antiarabismo” de posguerra. En una categoría similar podríamos considerar al “antimexicanismo” que se expresa en algunos sectores estadounidenses que apoyan a Jesse Heims, y a ciertos grupos californianos que recientemente han organizado manifestaciones antichicanas.
Ante estas circunstancias mundiales recordemos que “mal de muchos consuelo de pocos” y practiquemos el autoanálisis de diversas formas. Quizá una de ellas puede ser precisamente volver los ojos al camino recorrido por algunos autores de la sociología y la ciencia política, cuyos estudios ―como el de Horkheimer y Adorno― pueden servirnos como advertencia.

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