Los asiáticos somos nosotros
“Los asiáticos somos nosotros”,
por Gina Zabludovsky,
publicado originalmente en Nexos, núm. 128,
México, agosto, 1988, pp. 66-68.
Gina Zabludovsky, coordinadora del Centro de Estudios en Teoría Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, revisa varios de los conceptos desarrollados por Norberto Bobbio en “La ideología europea” (Nexos, 124) y arriesga algunas proposiciones complementarias, a veces divergentes.
Cuando los salvajes de Louisiana
quieren una fruta, cortan del árbol
por el pie y la cogen.
He aquí el gobierno despótico.
Como Bobbio señala, la oposición teórica entre Oriente y Occidente ―como dos entidades que se sostienen y se soportan mutuamente― está presente en los textos más antiguos del pensamiento social clásico. Se trata de una distinción ontológica y epistemológica que surge de la forma casi paralela al nacimiento de la filosofía política, pero que no se restringe a ella sino que es toda una concepción del mundo que se manifiesta en las obras de escritores, novelistas, filósofos, economistas y administradores que aceptan esta distinción básica como punto inicial para sus teorías. (Consúltese al respecto Orientalism de Edward Said, Vintage Books, New York, 1978).
En el ámbito de la teoría política, la oposición entre el Oriente y el Occidente se sustenta en un contraste teórico entre dos estructuras estatales que han permitido vincular el concepto de despotismo como su proyección sobre Oriente. Así, lejos de ser un hecho inherente a la naturaleza, el “Oriente” como visión de lo diverso y de lo ajeno, es una parte fundamental de la experiencia occidental. Su valor reside en haber proporcionado un contraste útil para definir lo específico del proceso europeo, mediante una serie de nociones colectivas que identifican a “nosotros los europeos” como opuestos a los que no lo son.
Tal y como Bobbio argumenta, los autores que han abordado el tema contraponen el gobierno de la libertad al del despotismo y consideran que este último sólo es legítimo para determinadas circunstancias de lugar y naturaleza de los pueblos que habitan las grandes comarcas de Asia ―bárbaros para los griegos―.
Sin embargo, a pesar de que coincidimos con esta interpretación, consideramos que en Bobbio hay algunas omisiones que, si bien pueden justificarse por la imposibilidad de abordar exhaustivamente esta temática en un artículo de dimensiones reducidas, no por eso dejar de ser relevantes para cualquier tratamiento de estos asuntos. A continuación se señalan algunos de los puntos importantes:
• La “ideología europea” también es compartida por los socialistas del siglo XIX, de quienes Bobbio no hace ninguna referencia en su artículo.
El tratamiento minucioso de estos autores, rebasa los objetivos de las presentes obras;
sin embargo, no podemos pasar por alto la trascendencia que ha tenido la concepción del “modo de producción asiático” a la cual Marx recurre para analizar las pequeñas comunidades aisladas, los sistemas de irrigación centralizada y los respectivos gobiernos despóticos del Oriente.
En muchos sentidos, y compartiendo el punto de vista básico de lo que Bobbio llama “ideología europea”, las referencias de Marx a las sociedades precapitalistas no feudales tiene más relevancia como elemento de un proyecto general para la revolución y la lucha socialista en los países europeos que como un intento sistemático de comprender las sociedades asiáticas. Como a otros autores, sus comentarios dispersos sobre el Oriente le sirven fundamentalmente para profundizar en la comprensión de la sociedad capitalista occidental.
• Al referirse al pensamiento de Max Weber como un pilar de la teoría política contemporánea, Bobbio afirma que en su obra “la categoría del despotismo no encuentra ningún puesto, sustituido por las diversas formas que han asumido en la historia del poder tradicional por un lado, y el poder carismático por el otro, con respecto al poder racional” (Nexos, 124, p.42).
Efectivamente, la preocupación por entender las nuevas modalidades de organización de la naciente sociedad de masas y la burocratización del mundo moderno llevan a Max Weber a desarrollar su famosa tipología de la dominación en la cual el tipo de autoridad racional sólo puede entenderse en relación a su comparación con el liderazgo carismático y a las asociaciones de tipo tradicional. Sin embargo, lejos de desechar la idea de despotismo oriental, Weber la rescata y la sistematiza como uno de los subtipos de dominación tradicional. El término “patrimonialismo” en Weber se integra a la tradición política europea que liga el concepto de despotismo con su proyección con el Oriente. El soberano oriental tiene un poder militar y un cuerpo de funcionarios diferente al occidental. En Occidente, con el progreso de la apropiación de cargos, el poder señorial (especialmente el político) se desintegra; en Oriente, no habiendo apropiación de cargos, predomina la arbitrariedad del Señor.
En oposición al desarrollo burocrático occidental, los poderes patriarcales y teocráticos se rigen primordialmente por una racionalidad de tipo material que responde a los valores y deseos del dirigente y su grupo de favoritos. La racionalidad moderna no puede desarrollarse porque se sustenta en una justicia formal que por sí misma repugna a todos los poderes autoritarios, ya que inevitablemente tiende a relajar la dependencia del individuo de la libre gracia y poder de las autoridades.
Algunas de las tesis weberianas sobre el Oriente coinciden con las compartidas por los autores que le precedieron. Entre estas podemos señalar: la propiedad estatal de la tierra; la inexistencia de barreras jurídicas, la sustitución del derecho por la religión y la tradición como fuente de legitimación; la ausencia de nobleza hereditaria; la igualdad social servil; los obstáculos para el desarrollo del mercado; la existencia de obras públicas hidráulicas, y la tendencia a la corrupción. (Sobre un listado de los principales atributos compartidos por los autores anteriores a Marx al conceptualizar el despotismo oriental, consúltese Perry Anderson: El Estado absolutista, Siglo XXI, México, 1980).
A diferencia de Montesquieu, Weber no presta especial atención a los factores climáticos y, en contraste con Marx, define los grupos sociales básicamente por sus vínculos con el aparato estatal, y no por sus relaciones de producción. Pero quizás la mayor discrepancia entre la conceptualización de patrimonialismo en Weber y las ideas sobre el despotismo oriental de los clásicos del pensamiento político que lo precedieron, es que Weber no comparte con ellos la tesis de la “inmutabilidad histórica” en las sociedades asiáticas. En el patrimonialismo, la lucha entre el señor patrimonial ―apoyado por su burocracia― y los propietarios locales resulta decisiva y explica el carácter inestable de este subtipo de dominación (la inestabilidad del patrimonialismo es, sin embargo, relativa; el patrimonialismo es inestable con respecto a la dominación legal-burocrática, pero no lo es en relación a la carismática).
A diferencia de otros sociólogos, Weber no cree en el progreso como “vía de felicidad universal”. Por el contrario, su enfoque es más bien pesimista: no ve una solución clara al “problema del liderazgo”, y le preocupa la consolidación de una estructura burocrática como la “jaula de hierro” de las sociedades futuras.
Weber encuentra muchas más semejanzas entre el desarrollo de la burocracia oriental y la occidental que entre esta última y la estructura feudal europea. En el Oriente, el funcionario regio y el oficial son desde el principio elementos típicos del desarrollo. En Occidente, en cambio, la separación de soldados de los medios de guerra, y la de los funcionarios de los recursos administrativos ―así como la distinción entre el obrero y los instrumentos de producción― son consecuencia de la Edad Moderna.
Las ventajas y peligros de la burocratización del mundo (y la consecuente oposición entre el reino de la libertad y el de la arbitrariedad) se perfilan ya en la organización del poder en los Estados Asiáticos. Desde un punto de vista que recuerda la advertencia de Montesquieu, en el sentido de que los países europeos no son “inmunes” a un despotismo de tipo oriental, pero desde una realidad harto diferente en la cual ya se viven los problemas de la naciente sociedad de masas, Weber resalta las similitudes entre las organizaciones burocráticas que dejen pocas salidas a la creatividad, la expresión y el liderazgo personal.
• Por tratarse de autores particularmente influyentes, las tesis políticas de Marx y Weber sobre el Oriente (modo de producción asiático, patrimonialismo) son fundamentales para entender ciertos aspectos de la “ideología europea” posterior a ellos.
Considero que al no tomar en cuenta las ideas de estos teóricos ―por lo menos en el artículo mencionado― Bobbio pierde de vista el rescate que hace de ellos un autor de la importancia de Wittfogel en El Despotismo Oriental.
Quizás la mayor aportación de Wittfogel pueda encontrarse en el tratamiento académico y sistematizado de la nueva modalidad de la “ideología europea”, que vincula el despotismo oriental a los regímenes socialistas de tipo soviético. Sin embargo, cabría preguntarse hasta qué punto las innovaciones que Bobbio atribuye a este autor pueden considerarse realmente como tales. Los dos rasgos básicos que caracterizan el modelo de despotismo oriental para Wittfogel, enfatizados por Bobbio como innovaciones, son la administración hidráulica centralizada y el consecuente poderío de la organización burocrática. Sin menoscabar a Wittfogel, valdría la pena reflexionar sobre la originalidad de estas tesis. La primera característica es adoptada del marxismo y de otros teóricos de la economía política, mientras que la segunda ―específicamente la organización del cuerpo de funcionarios― responde a una fuerte influencia de los planteamientos weberianos del patrimonialismo patriarcal.
• Por último, y rebasando las preocupaciones de Bobbio, quisiera terminar con una pregunta sobre el papel y el peso de la “ideología europea” en la percepción que los latinoamericanos tenemos de nuestras propias realidades.
La carencia de planteamientos teóricos concebidos para el análisis específico de nuestras sociedades dentro de la tradición sociológica y política clásica, ha hecho que algunos estudiosos asuman lo que Bobbio llama “ideología europea” desde un sentido inverso, y analicen nuestras sociedades enfatizando sus atributos ausentes en comparación al ejercicio de poder en Europa y Estados Unidos.
Desde esta perspectiva, algunos autores han rescatado términos como “despotismo tributario” o “modo de producción asiático” para explicarse rasgos de la estructura política económica durante la Colonia (véase por ejemplo de Enrique Semo, Historia del capitalismo en México, Era, México, 1973). Asimismo, se ha recurrido a la categoría weberiana de “patrimonialismo” para señalar las contradicciones que existen en la sociedad mexicana entre un legalismo complejo y puntilloso que supuestamente rige la administración pública, y una realidad política determinada más por un presidencialismo “a la oriental” que es sustentado en el favoritismo, el compadrazgo y la corrupción (Estas tesis está presentes en algunos textos de Octavio Paz, Gabriel Zaid y Lorenzo Meyer).
Recientemente esta “ideología europea” se ha hecho presente en los discursos que demandan una modernización política con base en el fortalecimiento de la libertad y la democracia, y de un rompimiento con viejas actitudes patrimonialistas, entre las cuales destaca la concentración del poder en el ejecutivo, característica del modelo oriental. Parece que esta es la única vía para alcanzar a las democracias modernas y ser considerados parte de “Occidente”, según el modelo bipolar que ha regido el desarrollo de la teoría política.