«Bolero» por Gina Zabludovsky
Bolero
La música monotemática se intensifica conforme la pieza fluye. Cada minuto nos creemos originales cuando, en realidad, vivimos de repeticiones. Por eso Maurice Bejart ha convertido en primates a los hombres semidesnudos. Logra que sus brazos muten a extremidades inferiores si así conviene a la danza. El hechicero sabe que la racionalidad de los seres humanos es una mera ilusión. ¿Lo verdadero? La sexualidad, la capacidad de convertirla en erotismo.
Los hombres- monos se sacuden venerando a su líder que se contornea en el centro del círculo y agita, con sus movimientos, a sus seguidores. La estrella hace honor a su apellido, es Jorge Donn. Así, con la n duplicada porque sus virtudes se reproducen. Como rey de esta selva de cuadrúpedos, el guerrero principal marca el ritmo y la trayectoria de todos los demás, inhibe sus instintos exploradores para hacer que siempre se muevan en el mismo círculo que gira en torno a él.
Al principio, los mantiene alejados, pero poco a poco los atrae. Conforme aumenta el volumen de la música, se le acercan. Parece que quisieran devorarlo, pero él sabe cómo controlarlos. Los seduce y rehúye, se convulsiona sobre una plancha elevada convertida en inaccesible sagrario.
El espacio se compacta, ya no hay lugar para animales de cuatro patas. Lo brazos dejan de arrastrarse por el suelo y se proyectan hacia arriba convertidos en garzas, los bailarines se extienden como si quisieran alcanzar el sol. Los latidos se intensifican, el público se contagia. La música, subida de tono, muestra que las repeticiones nunca pueden ser iguales. Como en la vida, en la música nunca hay dos interpretaciones iguales. Bejart lo sabía, por eso revivió a Maurice Ravel y lo hizo coautor de esta danza… Con sus movimientos, el famoso compositor y el conocido coreógrafo, han inyectado de sensualidad francesa, a la palpitante danza Kecaj que bailan los varones en Indonesia al ritmo de sus propias voces.