Pater Terra (compilación de micro-relatos)
“Pater Terra” (compilación de micro relatos): publicado en la Revista Este País, núm. 240, sección “Cultura”, México, abril de 2011, pp. 12 y 13.
Tabasco
Yo era un gran árbol tropical
En mi cabeza tuve pájaros
sobre mis piernas un jaguar.
Carlos Pellicer
Húmeda, de tórrido aliento, e impregnada de insectos. Resistente, marcho entre platanales y ciénagas de oro negro. Descubro los templos cristianos de variados rituales que son adornos de aldeas. Llego a una villa- hermosa donde soy tocada por su Laguna de Ilusiones. Desato mis sueños y deseos. Paseo por el parque cupido entre sudores amorosos, con el canto salvaje de los gusanos y animales aferrados a las plantas. Escucho el grito del mono saraguato que vuela sobre cabezas olmecas, y la mía se inclina sobre la estatua de Carlos Pellicer. Me aferro ella, y con vehemencia le pido me inspire para encontrar las palabras que me permitan cantar las exuberancias de esta tierra.
Zacatecas
Das un ritmo alegre a mis pasos y un suave acento a mi voz. Erguida y orgullosa imito el garbo de tus plazas y palacios. Tu apariencia cambia con las horas, el sol te rinde reverencia. Tus paredes se transforman por el rosa sugerido del alba, el vigoroso rosa de mediodía, y aquel que se viste de negro para abrirse a la noche. Te disfrazas, giras, bailas. En tus piedras- esculturas el tallador no ha dejado espacios en este barroco que todo lo ocupa. La lluvia baña tu Catedral y ella, coqueta, mira de reojo al tímido zócalo que no llega a ser alameda ni lugar para encuentros o siembra de amoríos. Sinfonía en rosas, tus tonos me acarician. Tu sedoso aroma me rocía, tus calles me embellecen. Yo te habito.
Vientos-niños
para Alicia Juárez
Mueven las nubes y se roban los colores. Por su culpa, lo vemos todo corno en las películas antiguas, en blanco y negro. Luego, los vientecillos se cansan de cargar los tintes y los tiran sin fijarse dónde. Por unos días el pasto es rojo, los árboles azules y las calles moradas. Cuando esto ocurre todos nos sentimos un poco confundidos. Pero sabemos que son niños, están jugando. Toleramos sus travesuras, no debemos regañarlos. Los comprendemos y, además, les pedimos con toda nuestra alma que regresen. Cada tres de mayo los veneramos, traemos juguetes y ofrendas, y vestimos de gala a nuestros hijos para que los reciban como se merecen. Sólo así podemos esperar que el resto del año los execatl continúen soplando, empujen las nubes a nuestro cielo, esparzan las semillas y traigan agua para las cosechas.
Los príncipes del desayuno
El pícaro aroma impregna el ambiente. Mezcla de chile, tomates, cebollas y especias, la salsa es la reina y debe ser siempre prudente. Si demasiado fuerte, sus agujas hieren. Si por amable, condimentos omite, los atractivos pierde. Inquietante logro de las caprichosas tortillas. Ahora no se presentan arropando alimentos o en plato convertidas, sino que, con falsa modestia, se dejan ver quebrantadas. En realidad, les preocupa ataviarse con especial cuidado. Si quedan demasiado duras podrían perder su identidad y confundirse con sus primas las tostadas, si demasiado blandas se mostrarán tempranamente envejecidas.
Los democráticos chilaquiles proclaman una disponibilidad al alcance de todos. Pueden ser verdes o rojos, se sirven en elegantes bodas y mercados pueblerinos. En un buen desayuno, se escoltan con frijoles y pollo. Lujo de madrugadores, los ansían después de largas fiestas y jocosas desveladas. Nuestros labios anhelantes y ardientes los reciben. La lengua se excita, el paladar disfruta el cálido goce, nuestro cuerpo se nutre de arrojo.
Tentación del momento, enmascaran su oculta venganza. Seductores, saben que su atractivo depende del momento preciso. Es pecado almacenarlos, una injuria recalentarlos. Devorar sin medida atrae desenlaces nocivos. La faringe se agria y el estómago, resentido gruñe. Conocedores de sus tradiciones, resulta difícil mantener la templanza. Imposible resistir el llamado de los anzuelos.
El festejo
Este año le tocó a Nicolás, y ellos saben que habrá que festejarlo. La familia se ha puesto a trabajar afanosamente para que todo esté listo. Micaela, la esposa, cocina sus platillos favoritos: el mole poblano, los frijoles charros, las tortillas y un buen arroz rojo. Concha, la hija mayor, está viendo lo de la ropa, revisando camisa, pantalón y zapatos para que su padre esté presentable. Todo tiene que estar muy limpio y sin ningún descosido. El compadre Juan, compañero de copas de Nicolás, se encarga de conseguir el mezcal y las cervezas. Francisco, el hijo mayor, es el responsable de colocar las fotos de la familia para que Nicolás no se sienta solo, y desde luego, la imagen de la Virgen de Guadalupe y un cartel con la selección mexicana de fútbol. Pedro, el hijo menor, está a cargo de las velas, aunque sabe que los visitantes traerán varias como obsequio de todas formas más vale prevenir y tener algunas en casa. Juana y María, las hermanas del festejado, preparan el ponche para los invitados. Rosa y José, vecinos de toda la vida, consiguieron las flores para
construir el camino que guíe a los habitantes de este pueblo y los aledaños hacia la casa de Nicolás. La música correrá a cuenta del sobrino Carlos, ya que él es parte de la banda sin la cual la fiesta no estaría completa. Lo único que todavía no se decide es cómo será la cara de Nicolás. El asunto se ha discutido todos los días y aún no saben si tratar de reproducir su imagen con cera simplemente, o tal vez, como era colorado, simularla con un trozo de sandía que habría que decorar con un sombrero, anteojos, y unos cabellos canosos que el abuelo Efrén ofreció cortar de su propia barba. La decisión tendrá que tomarse pronto, ya que faltan pocas horas para la celebración y la figura de Nicolás tiene que estar reluciente en el centro. La familia, con su muerto nuevo, espera que la ofrenda sea la más vistosa.